Reflexiones dominicales embrutecidas.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Ex-novios

(10 de noviembre de 2013)

Ella volvió a llamarme, como cada domingo, para pedirme, con su voz triste y ronca, que por favor quedáramos a tomar un café; y yo, como cada domingo, acepté la petición, pues el sol de invierno brillaba en el cielo de tal manera que invitaba a salir a la calle. Cuando llegué a la cita, ella ya estaba allí esperándome con impaciencia. Al verme, se levantó de manera nerviosa para saludarme sin saber muy bien en que mejilla posar primero sus escuetos labios. Al final, se decidió por la derecha y acercó su fría boca a mi cara para darme un beso seco y mudo. Tras el protocolario saludo inicial nos sentamos y pedimos al camarero un café: yo con leche y ella solo. Los minutos siguientes fueron invadidos por un incómodo silencio que aproveché para fijarme en la mujer que tenía enfrente. El pelo grasiento le caía liso y despeinado por su cara arrugada que se demacraba hacia dentro, y su cuerpo marchito bordeaba la anorexia de forma agresiva. Parecía desesperada y débil, como si el tiempo y las desilusiones le hubiesen arrebatado la fuerza y la felicidad de la que solía presumir. Ni siquiera el vestido hortera y chabacano que la cubría y el exceso de maquillaje de su cara lograban tapar su aspecto mustio y desmejorado.

- Estoy harta – se atrevió a matar el silencio.
- ¿Harta de qué? - pregunté.

El camarero cortó su primer intento de desahogo y nos sirvió los cafés, algo que a ella pareció molestarle, pues se quitó las gafas de sol para dedicarle una mirada asesina rodeada de una mueca de desprecio, pero sus ojos fanáticos y ciegos, ni siquiera inmutaron al camarero que casi ni se fijó en ella. 

- Tú sabes de sobra cuántos amores he tenido en mi vida... – empezó a decirme. 
- Bueno, no sé si considerarlos amores, pero si quieres llamarlos así... 
- Sí, es cierto, muchos no han sido amores. He sido la puta de reyes que creyeron ser dueños de mi cuerpo y me disfrutaron en su propio beneficio y también estuve casada con un ridículo y autoritario general cuya impotencia sexual le llevó a maltratarme durante cuarenta años. No he parado de ser violada y vejada desde que dos ignorantes católicos me inventaran allá por 1492, pero pensé que mi suerte había cambiado, pensé que, por fin, los hombres que me cortejaban eran hombres que me querían, que se preocupaban de mi felicidad. 
- Ilusa de ti... - añadí sabiendo que durante los minutos siguientes mi papel se reduciría a añadir pequeñas frases hechas y la conversación desembocaría en monólogo.
- Sabes que hace poco salí de una relación con uno que, de tan bueno que quiso ser, acabó siendo un impotente tonto incompetente que hacía más caso a sus asquerosos amigos que querían meterme mano que a mí. 
 - Algo recuerdo de aquel tipo... Creo que te conquistó prometiéndote unos zapatos nuevos que nunca llegó a regalarte.
- Exacto. Bueno, actualmente estoy casada con un gallego soso e imbécil que no me hace nada feliz y, que además, me pone los cuernos con una alemana. Aunque lo que más me jode de él es su infinito silencio. No hablamos nunca, no nos sentamos a dialogar de nuestros graves problemas ni nos achuchamos por las noches antes de dormir. Y, lo peor, es que parece no importarle, él sigue como si nada, como si lo único que deseara es presumir de ser mi marido y amarme fuera un mero trámite que cumplir a veces.
- Pobre de ti... - dije escuetamente sabiendo que lo único que ella buscaba en mi era un hombro sobre el que descargar sus lágrimas.
- Pero no sólo soy víctima de mi presente - siguió diciendo - mi pasado más reciente vuelve de vez en cuando para joderme un poco más. 
- ¿A qué te refieres? 
- A mis dos grandes ex-novios... Que son unos infelices y unos pedantes. 

Calló durante unos segundos para sorber un poco del amargo café caliente al que no quiso añadir ni un poco de azúcar. Después, encendió un cigarro y siguió su relato:

- ¿Recuerdas aquel joven y guapo socialista que me sedujo en los años ochenta? 
- Sí. Parecía una persona encantadora. 
- Yo también lo creía, pero el tiempo y el poder lo convirtieron en un ególatra cuyos principios fueron devorados la seductora doctrina neoliberal del nuevo mundo. O, a lo mejor, simplemente no cambió, siempre fue así y me engañó durante años de fingido matrimonio. Nunca lo sabré con certeza.
- ¿Qué fue de él? - pregunté curioso.
- Se cambió de bando en la lucha de clases y, ahora, niega ésta desde un palacio en Marruecos y un puesto de asesor de una gran empresa.
- Qué hijo de puta... 
-  Aunque sin duda, el peor de todos, es el que me sedujo después... El HOMBRE por excelencia. 
 - Nunca entendí que viste en él. 
- No lo sé. Era un tipo muy popular y consiguió seducirme con su bigote sexy y su melena morena. Quizás solo me enamorara de su físico, de su aspecto, del cual también él mismo estaba enamorado, pues lo cuidaba mejor que a mí, la verdad. 
- ¿Y con éste que pasó? 
- Lo que tenía que pasar, que era pura fachada y en cuanto se casó conmigo y subimos a celebrar nuestra noche de bodas, pasó de ser un romántico en apariencia a ser un violador en potencia. Durante ocho años me destrozó y me ofreció de forma íntima a sus sádico amigos mientras mantenía las formas diciendo por ahí que todo iba bien. 
- Vaya tíos en los que te fijas... 
- Ya, y querría olvidarlos y no hacerles caso, pero cada cierto tiempo vuelven a intentar captar mi atención a base de memorias políticas que no dejan de ser más que una sucesión de excusas y justificaciones de errores que cometieron conmigo por egoístas e imbéciles. 
- Joder... 
- ¿Y sabes lo que más me jode? Que encima escriben como víctimas, cediendo la responsabilidad de sus actos a terceros, cuando aquí, la única que ha sufrido las nefastas consecuencias de sus decisiones, he sido yo. 

No le quise decir que en el fondo se lo merecía, que aunque es cierto que en un pasado fue esclava de déspotas y dictadores, de un tiempo a esta parte ella solita había elegido a esos tipos. Pero me dio pena  hundirla aún más y me tragué las palabras para, en su lugar, ofrecerle una cordial y rápida despedida. 

- Me voy - le dije 
- ¿Ya? ¿A dónde vas? -preguntó extrañada.
- A buscar otras mujeres, ya que parece que tú, por más que te quejes, nunca cambiarás. 
- ¿Me abandonas? 
- Cariño, hace tiempo que tú me abandonaste a mí y a toda mi generación. Podríamos haberte hecho la patria más feliz del mundo, pero tu naturaleza es adicta a la charanga y a la pandereta. De hecho, sigues haciendo más caso a todas las palabras que te dedican tus ex-novios que a los versos que te cantan tus nuevos y jóvenes pretendientes. No hay futuro junto a ti, lo siento... 

Ella enmudeció ante este arrebato final, quizás porque sabía que aquellos puños que la golpeaban eran la pura verdad y no tenía forma de rebatirlos. Me levanté para no alargar más aquella incómoda situación y, antes de que marchara, ella me agarró del brazo y, avergonzada, me dijo que estaba totalmente arruinada y que por favor la invitara al café, cosa que hice gustosamente.

- Por cierto - añadí antes de irme mientras dejaba en el platillo el par de euros de los cafés.
- ¿Qué? - preguntó alzando los ojos de los cuales no dejó escapara ni una lágrima. 
- Feliz domingo.

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