Reflexiones dominicales embrutecidas.

lunes, 22 de abril de 2013

El abuelo

(del 15 al 21 de abril)

Existe cierta mística en las matemáticas. Los misterios del universo permanecen ocultos y encerrados en la perfección de los números, los cuáles poseen vida propia. Por eso, hay que tratarlos con respeto, admiración y cuidado. Hay que conocerlos y mimarlos para poder usarlos como medio para realizar cálculos que nos sirvan en nuestra vida y desarrollo. Los ingenieros aprendemos esto el primer día que entramos, imberbes e inocentes, en la escuela cuando nos enseñan que si la cuenta está mal hecha, el puente se cae. Los economistas, en cambio, han sodomizado a las matemáticas de la misma manera que los políticos han pervertido el lenguaje, y han usado con frialdad asesina e indiferencia los números para, sin respetar su sagrado significado, usarlos como una mera herramienta mediante la cual ellos, dioses supremos y absolutos, han creado un casino en el que siempre ganan los mismos y donde dos "prestigiososeconomistas que no tenían respeto alguno por la matemática, manejaron mal los números y crearon un informe erróneo que ha servido de excusas a grandes organismos internacionales y gobiernos para justificar el austericidio y la asfixia.

Un ejemplo de que los números son algo más que simples instrumentos para el desarrollo de las ciencias lo podemos encontrar en el número tres, al que muchos han bautizado como el número mágico. Si investigamos un poco, descubriremos tal cantidad de supuestas casualidades que acabaremos por pensar que más bien son causalidades. Toda la materia está compuesta de átomos, y cada átomo está compuesto de tres tipos de partículas: electrón, neutrón y protón. Tres son los colores primarios necesarios (Rojo-Verde-Azul o Cian-Magenta-Amarillo) para generar cualquier color de la naturaleza. El triángulo, que es el símbolo del ocultismo y la masonería por excelencia, tiene tres lados y tres son los puntos necesarios para mantener el equilibrio. El número de instrumentos por excelencia que hacen falta para crear un grupo de rock son tres (batería, guitarra y bajo) y, además, existe una edad maldita en la música a la que se han muerto grandes celebridades e iconos como Kurt Cobain, Jimmy Hendrix, Janis Joplin o Amy Winehouse: los 27, que es el penúltimo paso en la tabla del tres antes de llegar al 10 (3x9=27). Jesucristo murió con treinta y tres años y las obras de teatro (y las novelas) se suelen dividir en tres actos: presentación, nudo y desenlace. Con tres heridas llegó Miguel Hernández y tres fueron los tomos en los que Tolkien dividió El Señor de los Anillos para narrar la guerra que sacudió a la Tierra Media durante la tercera edad. Athos, Portos y Aramis fueron los tres mosqueteros que Alexandre Dumas nos regaló y tres fueron las Gracias, hijas de Zeus y diosas del encanto, la belleza, la naturaleza, la creatividad y la fertilidad que Rubens  con maestría pintó. Las grandes sagas clásicas cinematográficas son  trilogías: Indiana Jones, Regreso al Futuro y Star Wars. Dice la canción que tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor, la misma vida se resume en tres verbos: nacer, vivir y morir. El año se divide en cuatro estaciones de tres meses cada una y el día se divide en tres períodos: mañana, tarde y noche. El mismo número (tres) es el usado para dividir las etapas de la vida: juventud, madurez y vejez, y es en esta última etapa en la que me quiero centrar: en la llamada tercera edad, en nuestros abuelos.

El nexo que se establece entre un nieto y su abuelo es especial. Un padre educa y para ello debe castigar y hacerse respetar, pero un abuelo mima y se convierte en cómplice de la joven pillería. Un padre prepara para la vida, un abuelo nos defiende de ésta. Es la combinación perfecta, pues el abuelo, que antes ha sido padre del padre, tiene el respeto de su hijo y, en el ocaso de su vida, al estar de vuelta de todo, desarrolla un instinto anarquista que le lleva a hacer lo que le da la gana sin rendir cuentas a nadie, mientras que el joven, que es hijo del padre y rebelde por naturaleza, quiere reinventar el mundo a su manera, con la firme creencia de que se puede alcanzar la imposible utopía. Nada puede detener esta explosiva mezcla de experiencia e inocencia y de sabiduría e imaginación.

Como ya he dicho muchas veces, yo pertenezco a esa generación perdida que llaman ni-ni, la que dicen que es la mejor preparada de la historia de este país y la primera que vivirá peor que sus padres. Pertenezco a esa juventud sin futuro que estalló un bonito día de primavera gracias a las palabras de un combatiente abuelo francés, Stéphane Hessel. Pero la introducción a la indignación nos vino de la mano de otra persona, una que desde el principio nos apoyó incondicionalmente: José Luis Sampedro, el abuelo del 15-M, el cual logró, con cariño y complicidad, iluminarnos con su sabiduría y contagiarnos su entusiasmo y optimismo. 


Sampedro, que tanto había tratado con economistas, se dio cuenta de que somos naturaleza, y  poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe, por lo que acabó escapando de aquel mundo  hostil, egoísta y avaricioso para encontrar refugio en las letras. Suya es la frase que reza que un escritor no es más que un minero de sí mismo y... el abuelo fue picaor y escarbó en la dura piedra de la montaña para regalarnos novelas como La sonrisa etrusca, en la que, inspirado por su primer nieto, nos detalla ese lazo de unión mágico e invisible que une al nieto y al abuelo. Además,  apoyado en sus sobrados conocimientos económicos y en sus fuertes principios y valores, nos legó una serie de inteligentes reflexiones sobre este sistema capitalista que en su momento fue naciente, pero que ahora es insostenible. La mejor definición de su decadencia la dio Bush. Dijo: <<He suspendido las reglas del mercado para salvar al mercado>>. Es decir, el mercado es incompatible con sus propias reglas.


Nuestro querido abuelo falleció el pasado ocho de abril de dos mil trece sin hacer mucho ruido. Resulta muy curioso que si sumamos las cifras de su fecha de nacimiento, el uno de febrero de mil novecientos diecisiete (1+2+1+9+1+7) nos sale 21, que es múltiplo de tres, y si sumamos las de su defunción (8+4+2+0+1+3) obtenemos 18, que también es múltiplo de tres... ¿casualidad o causalidad?


<<El día que se nace uno se empieza un poco a morir. Estamos acostumbrados a ver la muerte como algo negativo, y yo estoy tan cerca que no puedo dejar de pensar en este asunto. pero pienso con alegría vital. Lo que no nos enseñan es que el día que se nace se empieza uno a morir, y la muerte nos acompaña cada día>>
- José Luis Sampedro-

Descansa en paz, abuelo.



Feliz domingo.

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